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el 14 de agosto la vida de Elvis Presley en todos los cines del país

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Baz Luhrmann
biopic
Se estrena el 14 de julio en cine
“Elvis” de Baz Luhrmann, el director de “Moulin Rouge”
Con Austin Butler y Tom Hanks, el director Baz Luhrmann presenta su versión del mito de Elvis Presley, porque de eso se trata: no tanto de una biopic sino de un Elvis simplificado, despojado de sus contradicciones y oscuridades. Como espectáculo es deslumbrante. Como biografía, se adapta a estos tiempos.
Resulta empíricamente indudable, desde el minuto uno de proyección, que Elvis es una película de Baz Luhrmann. No sólo porque, como también ocurría en Baila conmigo, Romeo + Julieta y Moulin Rouge, aquí también hay cortinados color carmesí enmarcando varias acciones importantes del protagonista. El ritmo pulsante, frenético, musical que forma parte indivisible del “modo Luhrmann” acompaña a Elvis Aaron Presley desde su niñez, cuando apoyaba la ñata contra el vidrio del gospel y el blues, hasta los años de decadencia en la cárcel de los escenarios de Las Vegas, señalando un estilo de film biográfico de apariencia excéntrica, hiperbólica. Y lo hace no desde un punto de vista omnisciente o en primera persona del singular, siguiendo las tendencias al uso, sino a partir de la mirada del “coronel” Tom Parker, su manager de toda la vida. Ese holandés errante de pasado borroneado cuyo cordón umbilical, atado firmemente al rey de los movimientos pélvicos, toma los nutrientes indispensables para sostener una de esas relaciones simbióticas llenas de amor y de odio, en partes idénticas e inseparables, que definen más de un nombre (de una marca) en la historia de la industria discográfica y otros círculos del show business. Lanzado en sociedad durante la última edición del Festival de Cannes, el estreno comercial de Elvis el próximo jueves 14 de julio presenta un homenaje a la vez que una reconstrucción, en parte real y en parte fantasía desbordada, como lo era en gran medida el propio cantante, compositor y actor. Es el Elvis antes del mito, el Elvis que aún no había generado miles y miles de imitadores de su figura y su voz en todo el mundo, el Elvis que ahora no está muerto sino vivito y coleando en una isla de Hawái. La de Presley puede ser vista como la enésima reinvención del sueño americano, en una vertiente talentosa pero también cambalachera, popular en su máxima acepción. Es ese mismo Elvis el que Luhrmann toma para erigir su monumento fílmico: un Elvis rebelde y manso en partes iguales, deseoso de congraciarse con propios y ajenos pero consciente de los límites impuestos por el entorno y por sí mismo. Austin Butler está perfecto como la versión adulta del niño blanco de Tupelo criado en los surcos negros de Memphis, acompañado por un Tom Hanks con varios kilos de maquillaje en el rol de un Parker bonachón, máscara amable de una sanguijuela insaciable, el hombre de nieve con un corazón color verde dólar. Nunca está de más repetirlo: no hay negocio como el negocio del espectáculo.

Nada fuera de lo común: dice Baz Luhrmann que el primer corte de Elvis duraba cerca de cuatro horas, que finalmente fueron pulidas para llegar al metraje final de 160 minutos. El realizador australiano aclara, en una entrevista reciente con la revista online Collider, que ese montaje seminal nunca estuvo pensado para ser visto por el público. Aunque, quién sabe… “Lo importante era hacer una película pensada para ser vista en las salas de cine. Hago películas para el cine. Mi misión es hacer películas que no formen parte del universo de las franquicias. Con todo repecto, me gusta Batman. Pero con Elvis deseaba hacer un film que atravesara a las generaciones, que permitiera sentarse en una sala a oscuras y tener una experiencia en común con extraños, contar una historia americana de gran aliento. Una ópera americana. Esa es mi esperanza, es por lo que lucho: hacer que el público vuelva a los cines”. Algo es cierto: Elvis, y el cine de Luhrmann en general, se aprecia mucho más en una gran pantalla. La atención al detalle, los movimientos dentro del cuadro y el ritmo intenso del montaje, hacen que muchos de sus detalles se pierdan en un televisor, por más pulgadas que tenga para ofrecer. Ni hablar del monitor de una computadora o, vade retro, un minúsculo teléfono celular. Cuando el Coronel Parker “descubre” a Elvis a partir de la escucha casual de un simple de 7” de la discográfica Sun Records, recién comprado por uno de sus empleados, el relato se dispara y avanza velozmente al big bang de un vínculo que continuará durante dos décadas de frenética actividad. En una de las mejores escenas de todo el film, el joven Elvis, todavía un acto soporte para artistas country consagrados, se sube al escenario del show radial en vivo Louisiana Hayride ante un público indiferente, escéptico. El año es 1954 y nada permite anticipar lo que está a punto de ocurrir: cuando el muchacho de traje rosado comienza a cantar y a mover sus piernas algo ocurre en la audiencia, en particular la femenina. Es una fuente de electricidad

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